miércoles, 28 de marzo de 2007

Nota y Fotos de Sofía Gala en Revista Rolling Stone.

Un día me estaba duchando y escuche que, por la tele, pasaban un tema que me encantaba. Salí rápido del baño pero no llegué a ver qué grupo era, entonces la llamé a Sofía y se lo canté: Sofía, ¿de quién es ese tema Tará lará lará irresponsaaables?. Y ella me dijo: ¡Son los Babasónicos!. Me encantan, es una banda freak . Y después Sofía se puso de novia con Diego, que es como un japonés, es muy oriental, divino, divino, calmo, inteligente, sensible. Se quieren. Una vez los vi sentaditos en la cama y les dije: ‘Son John y Yoko de cabotaje.” Todo ese relato pertenece a Moria Casán, a quien conocí por una bendita coincidencia, mientras entrevistaba a Sofía.

Qué emocionante es el crossover cultural de esta chica, ese cruce permanente de sensaciones, nombres de marquesina y vértigo: creció en los camarines del teatro de revista, en las filmaciones de las películas de Olmedo y Porcel y en los backstages de los programas de chimentos; y ahora es la novia precoz de un rockero maduro (36 años), integrante de una banda exitosa y bien vista. ¿Quién hubiera imaginado que la dueña de las tetas como lianas (por aquello de que todos se cuelgan de ellas, se entiende) terminaría siendo una suegra babasónica? ¿O que en su inocencia arriesgaría una definición tan simpática como peligrosa de su hija y de su yerno? En realidad, en casi cualquier parte de la vida de Sofía en que uno se detenga, se enfrenta con estas rarezas y cruces insólitos, de esos que pueden divertir e interesar en cualquier reunión social.

Antes de emtitir juicios gratuitos sobre esta chica de dieciocho años recién cumplidos –que no se hizo famosa ni por trabajar en una tira de Cris Morena, ni por ganar un scouting de Pancho Dotto, ni por haber participado en un reality show –, pensemos que el único pecado que cometió, el original, es justamente ser la hija de Moria. O sea, un pecado involuntario que la depositó en lo que ella define como “Una vida re Truman”. Sofía es famosa desde que estaba en la panza de Moria y su imagen evolucionó ante las cámaras: fue notera de un programa que conducía el Pato Galván, a los once años; posó desnuda con su mamá cuando apenas era una púber; a los quince lloró a Rodrigo y escandalizó los programas de chimentos poniéndose de novia con un señor de treinta y ocho. Tal vez por eso Sofía pone cara de asco cuando le digo que en internet subastan una revista Gente del mismísimo día en que nació, con una foto de Moria en la tapa con cara de recién haber parido (título superior izquierdo: “Moria Mamá”; y abajo, otro título: “Así vivía y así cayó Suárez Mason”). Lo primero que le sale decir es: “Me he visto tanto en fotos de revistas… Vi fotos mías de cada año de mi vida, desde la panza hasta hoy. La verdad, que una revista del día de mi nacimiento… ¡que se la metan en el culo!”.

No existe un álbum familiar. Moria me dice que odia esas fotos, que le dan impresión, que no saca ni atesora fotos. Las revistas podrían reemplazarlo, pero a ellas les interesa menos aún conservar esas revistas. Dice que lo único que cree tener en algún lado es un video de la primera papilla de Sofía, pero que, después de esa vez, nunca más la filmó.

Sofía, en cambio, sí saca fotos. En el desorden de la mesita ratona del living de su casa, hay un álbum (todavía usa una cámara con rollo) con una foto en la que están besándose ella y su novio babasónico Diego Tuñón (una de esas autofotos fuera de foco) y las típicas de amigos sacando la lengua. Eso y atender el teléfono con una ansiedad indisimulable, porque espera la llamada de un amigo que le promete presentarle a Andrés Calamaro, son casi lo único que la devuelve a la vida normal de una chica normal. Eso y ceniceros desbordados de cigarrillos, unos papeles Ombú para armar, varios controles remoto, joyas de fantasía (¿o serán de verdad?), unos blisters con antibióticos, anotaciones, tarjetas de crédito con su nombre.

Deben de ser las once y media de la noche y César, el abogado y manager de Sofía y Moria, pide comida por teléfono (desde un teléfono de Pluto con auricular con forma de hueso, que suena como una especie de rezongo estridente del Pato Donald: insoportable). Nosotras elegimos pollo con puré y Tuñón, que avisó que venía a cenar, le dijo a César que le pidiera asado con papas fritas.

No sé todavía si es a favor o en contra de mi anecdotario social, pero en la casa no hay mucho clima de intervie w. Estamos sentadas en el futón del living y Sofía está más bien dispersa y, mientras corre la cinta del casete, ella va y viene, atiende el teléfono, va al baño, trae botellitas de Coca-Cola, pone un vinilo de Los Rodríguez. Me obliga a poner pausa constantemente porque es de mala educación dejar corriendo el grabador cuando el entrevistado habla por teléfono. Ya había pasado algo parecido en otra nota que le hice hace casi un año para otra revista: estábamos en su viejo departamento y ella se movía, caminaba, se miraba en el espejo, me contaba intimidades y se arrepentía y me pedía que no las publicara. Empiezo a sospechar que, después de toda su vida de notas, se ha vuelto una experta en medios y tiene la capacidad de decodificar cada estilo y cada necesidad periodística: entonces, dice boludeces petardistas para Caras o Pronto (chequear en cualquier revistero amigo) y ofrece su versión más reflexiva, rocker y desprejuiciada para Rolling Stone. Porque, ya verán, es capaz de observar y analizar su ecosistema con precisión. A poco de estar con ella, una está tentada de coincidir con las señoras que la ven en los programas de chimentos: tan rápida y lúcida, no parece de dieciocho años. De hecho, en los días en que se hizo este reportaje todavía tenía diecisiete y llegó a la sesión de fotos acompañada por César, que estuvo pendiente de que la situación no se volviera prohibida para menores. Porque en otras revistas ya hizo de perra dice él. Y no le gustó.

Sofía tiene una postura casi política al respecto: No me parece mal que la gente se ponga en bolas o muestre las tetas; las tetas se tienen que naturalizar de una vez por todas. Pero me molesta que la mujer rebaje a la mujer. Por ejemplo: una mujer que está mirando a otra por la tele. La de la tele calienta al marido, le pone el culo en primer plano, le engrasa la pantalla. Y para lo único que sirve es para eso y para bajar la autoestima de todas nosotras. La verdad, ver ocho tetonas, que lo único que hicieron fue meterse primero en un quirófano y después en la tele… y verlas todo el tiempo exhibiéndose, ‘la lechita, la colita, qué chanchita’… Me parece injusto. No seas tan alevosa, hay mujeres que te están mirando y no todas somos unas putas como vos. Una cosa es una producción de fotos, una nota, mostrarse, venderse. Pero todo el tiempo no da. Encima ahora, en la tele, lo único que ves es yogur y culos, yogur y culos. Loco, ¿no hay otra cosa para ver en la tele que no sea yogur y culos? Una publicidad de lácteos, ejemplo: aparece Pampita con el culo así: ‘Probá los lácteos La Serenísima’. ¡¿Qué carajo tiene que ver el culo con la cabeza?!. Parece que los culos sirven para todo.

¡Estamos en la edad del pajerismo! Este es un siglo pajero. Todos somos unos pajeros. Nos han convertido en pajeros que sólo miran culos y tetas. Y en realidad es la manera más ordinaria de la belleza. Se muestra esa estética como la belleza ideal de la mujer, como si eso fuera lo único que buscan todos los hombres. Es una tele para hombres. Estamos viendo Venus codificado pero al aire y las 24 horas. Lo único que falta es que chupen pijas en vivo, porque el resto lo hacen todo. Muy poca gente no tiene tele. La mayoría de nosotros llega a su casa y prende la televisión. Mucha gente lo único que ve es aire, ¿entendés? Lo único que ve es todo esto. ¿Cómo le queda a esa gente la cabeza?

La prima kiosquera que interpretó durante el año pasado en Los Roldán era, a los fines de la serie, irrelevante en comparación con el kiosco en sí: un pnt donde ella fiaba tal o cuál golosina. Para Sofía, ése fue su primer trabajo actoral serio (los sketchs que hizo alguna vez con Moria no los cuenta). Serio porque cumplió horarios, memorizó líneas y no se subió al caballo desbocado del protagónico fácil: “A mí no me gusta hacer el ridículo. Usualmente siento que no lo hago, nunca lo hice. Para hacer las cosas, tengo que hacerlas bien. No hay que escupir al cielo. Tenés que tener una preparación para hacer un personaje principal; era la primera vez que iba a la tele y, por ser la hija de Moria, no quería que me dieran el lugar de una de las hijas de Roldán. Yo quería un papel secundario para aprender a trabajar.

Su segundo trabajo actoral serio empezó ahora, con su rol de hija adoptiva (incluye desnudo en escena) de un matrimonio gay en la nueva obra de Fernando Peña, Yo chancho y glamoroso , que cumple por estos días con esa particular tradición teatral que convoca al escándalo y que se dio en llamar temporada marplatense. Además, se sumó a Mugre, la otra obra de Peña en cartel, en la que hace un bolo semanal. ¿Cómo llega Fernando Peña, el campeón border , a elegir a Sofía Gala Castiglione, la hija de Moria Casán, para su nueva obra trash ? El mismo lo explica: En la época en que yo hacía El niño muerto , Ronnie Arias encontró un día a Sofía besando el póster de la obra afuera del teatro. Me lo contó y me conmovió. Desde entonces la tuve presente. La elegí porque es totalmente espontánea y no está intoxicada con los tics y los vicios teatrales tradicionales, que me molestan mucho. Es muy sensible y fue educada en libertad. Yo necesitaba la imagen de una chica fresca, frágil. Sofía es casi como una estampita de la virgen que tiraron en la calle.

El argumento de la obra es bien peñiano (je, suena gracioso): un matrimonio gay que adopta a dos chicos y se vuelve mediático. Eso no está muy lejos de ocurrir y muestra lo desordenada, desprolija, antiestética y antiética que es la televisión. Y yo sé de eso: la primera vez que entré en un estudio de televisión fue con mi padre, a los 9 años. Ahí hay un punto de encuentro con Sofía: la fama o lo mediático no fue descubierto en la madurez sino desde niños. Sabemos qué es estar con tu padre o tu madre y que te paren en la calle, los flashes, todo eso.

Ella podría decir de él, en un diálogo imaginario: Si él me lo pide, yo le chupo el culo. Primero, hago lo que me pida porque es mi amigo; segundo, porque es un maestro para mí. Y él diría de ella: Amo sus tetitas y el corazón que tiene detrás de una de ellas.

El departamento de tres ambientes donde vive Sofía hoy fue la primera propiedad que se compró Moria con ahorros propios (simbólico, ¿no?). Ahora, la hija lo redecoró a su gusto. Su definición del color de las paredes: Amarillo arena concentrada de Mar del Plata. La mía: Letras de la etiqueta de Absolut Mandarina”. Su defensa: “¡No es tan chillón!”. Mi evasiva: “Debo de ser medio daltónica. En las ventanas hay pegados unos dibujos chamanísticos, hechos con témperas y crayones. La explicación: Nos juntamos con mis amigos la primera noche que yo iba a dormir acá. Hicimos como una ceremonia. Vinieron Juampi, Pachu, Cindy, Lola Berthet, Diego un grupo de once o doce. Comimos; uno trajo una torta. Nos pusimos a dibujar y se fueron tipo siete.

Una vez que llega el delivery nos sentamos, y es el momento de una charla más o menos protocolar. Hasta que suena el timbre. Y, ¡aleluya!, llega Moria: calzas grises, remera elastizada de gym , zapatillas Nike, botella de litro y medio de agua mineral, pelo suelto con extensiones negras.

Dos o tres veces por semana va a tomar el té al departamento de Sofía. Esta fue una de esas veces. Me sorprendo al ver que la televisión está encendida ¡y Moria está de este lado! Se sienta a ojear el diario. Mientras todos quisiéramos disimular el shock y poder seguir comiendo como si nada (bah, yo sola, en realidad), y sin que nadie se lo pida, arranca desde el futón: A los seis años Sofía sabía toda la obra Brujas [en la que trabajaba Moria] de memoria. Decía la letra de todas las actrices, ¡y paraba hasta para hacer las risas del público! Tiene una memoria privilegiada esta chica. Me volvía loca.

Más o menos por esa época, el director del colegio privado al que iba Sofía llamó a Moria por teléfono, muy preocupado, para contarle que su hija acosaba a sus compañeros varones, se les tiraba encima y los besaba. Entonces Moria fue a la escuela, como lo hubiese hecho cualquier madre inquieta. “‘Oigame’, le dije al director, ‘Lo que hace la chica está perfecto, es una manifestación de su sexualidad. No le voy a decir nada, es una cosa natural, ¿cuál es el problema?’. Si le decía que no se tire encima de un chico le iba a inculcar algo malo, porque lo que ella hacía era un juego. Creo que al final al chico acosado lo cambiaron de división.” Eso, confiesa la mamá, fue lo más parecido a una reunión de padres a la que haya asistido. Y tampoco le gustaba ir a los actos: “Si podía, iba cuando hacía alguna representación, pero a la tarde, porque jamás me voy a levantar a las 8 de la mañana para escuchar cómo canta ‘Aurora’ un grupo de escolares, por más que sea mi hija adorada”.

Mario Castiglione se separó de Moria cuando Sofía tenía tres años y murió diez años después. Sofía vivió más con los novios de su mamá que con su padre y, por lo general, hizo buenas migas con todos. En la escalada morbosa de la televisión, alguna vez se debatió si las relaciones de pareja de Moria podrían generar una especie de “síndrome Lolita” entre Sofía y sus padrastros (mayormente mediáticos). Incluso Jorge Rial llegó a disfrazarla del personaje de Nabokov y la puso en un montaje sobre la última versión de Lolita, que protagonizó Jeremy Irons.






¿Se pelean?

Mucho, pero nos amamos y nos amigamos.

¿Cuáles son los disparadores de las peleas?

Depende del día. Hay veces que yo no le digo nada y me ataca y nos empezamos a putear en seguida.

¿Con insultos?

¡Con piñas! Piñas, boluda. Me han tenido que agarrar para que no le pegue a mi mamá. Las dos tenemos un carácter muy fuerte y, cuando nos peleamos, agarrate de las paredes.

No me quiero imaginar

El cenicero de Susana como mínimo. ¡Nos hemos tirado cada cosa! Vuela todo. Somos Mortal Kombat 1, 2 y 3. Pero desde que me mudé casi no tenemos esas peleas. La convivencia es tremenda.

En algun momento de su incontinencia narrativo-autobiográfica, Sofía le contó a algún medio (alguno en que seguramente era útil una escandalosa confesión adolescente) que a los quince años había tenido un coma alcohólico. Y los medios sobreexpusieron hasta el cansancio un hecho que ella define simplemente como una anécdota más de mi vida. Claro: ¿cuántas borracheras violentas le quedan por pasar a una chica noctámbula y rocker de dieciocho años? Después del problema que tuve, a mi estómago le cuesta mucho más absorber el alcohol, me pongo en pedo en seguida. Una noche estábamos en el Club 69. Yo no había comido. Me había tomado siete birras ¡Encima con birra! Soy una loser, no te podés poner en pedo con birra. Cualquiera. Estaba re mareada y vomité todas las paredes. Me agarró Gastoncito Pauls, me rescató y me llevó a mi casa. Había un montón de gente y yo no podía ni caminar, y cuando tenía que bajar la escalera pensaba acá me mato. Otra vez me rescató Juana Viale, yo estaba muy mal y me dijo ‘Vamos, Sofía, vamos.

El teléfono con forma de Pluto y con voz de Pato Donald vuelve a sonar. César atiende y le dice a Sofía: “Es Lucas, dice que lo atiendas ahora”. Sofía da un salto de araña de campo, con sus patas flacas y largas, y agarra el auricular con forma de hueso. Por la cara sospecho que Lucas es el amigo de Calamaro. Apago el grabador, pero ahora arriesgo mi trayectoria de sujeción a la etiqueta periodística y reproduzco lo que escuché de esa charla: “¡Hola! ¿Quién es? Ah… hola. Bien, todo bien. Bueno, dale, bueno, chau.

Cuelga y vuelve al futón con su máxima cara de pícara.

¿¡Era Calamaro!?

Sí.

¿Y qué te dijo?

Nada. Qué me va a decir. Me están jodiendo. Debe pensar: Esta loca de mierda, psycho.

¿Es la primera vez que hablás con él?

Sí.

¡Háganse amigos!

No podría, es alguien a quien admiro. Ni siquiera me gustaría conocerlo. Viste que cuando conocés a una persona que admirás se te baja.

No te va a pasar, no tengas miedo.

No tengo miedo.

Perdón, ¿estoy más excitada yo que vos con esa llamada?

C’est la vie. Es que este Lucas me puso en una situación horrible. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué le iba a decir? Ahora me doy cuenta: ¡lo que acaba de pasar es re loser! ¡Que no se entere nadie! ¡Loserísimo! Lo más loser: yo. Encima no sé si era, mi amigo Lucas es tan pelotudo que por ahí ni era él.

¿Pero qué te dijo exactamente?

¡Basta! Me dijo: Hola, cómo andás, bien, bueno, chau. Y yo me quedé así.

Invitalo a cenar.

No, no me gustaría conocerlo. Es lo mismo que conocer a Keith Richards. Me muero, pero me muero mal, porque me bajaría un montón de peldaños. A mí me gusta escucharlos, verlos en la tele, que sean inalcanzables.

¿Te desilusionaste con alguien?

Sí, admiré a gente y cuando la vi me pareció un destastre. Yo creo que es por eso.

¿Quiénes?

La mayoría de la gente que admiré. La única persona que admiro, que conocí y me siguió pareciendo lo más, es Nacha [Guevara]: ¡es lo más! La ves y es una luz. Pero en general a la gente que admiro prefiero no conocerla.

Sos la anti groupie.

Es que, si encima salgo con un músico y soy groupie, soy lo menos.

¿Y con las chicas babasónicas cómo te llevás?

La última vez que los fui a ver me tuvieron que agarrar, porque una piba me miraba y me cantaba Oh sí, estoy mirando a tu novio y qué. Y yo le gritaba ¡Puta!. Y yo soy muy manolarga. Te agarro y te marco la cara seguro. Así que mucho cuidado conmigo.

La tarde siguiente a la cena, Sofia me recibe en su casa con una fuente de cerezas gigantes y su gato persa (también gigante) en brazos. De día las paredes del departamento son, efectivamente, color etiqueta de Absolut Mandarina. Pero no se lo voy a decir. Otra vez está dispersa: ahora porque organiza sus vacaciones en Brasil con Tuñón y su amigo-pegote Juampi Mirabelli, un chico simpático de veintidós años, eventual novio y actor en las obras de Fernando Peña. Los tres se van juntos ocho días a una posada en Isla Grande. Por tradición familiar, y desde ahora por responsabilidad laboral, Sofía pasa los veranos enteros en Mar del Plata. He ido algunas veces a Punta del Este y odié. Va toda la careteada horrible de acá. Las minas que van vestidas y producidas. No me da ir a la playa para que me estén sacando fotitos tipo Cuál es la mejor concha de la temporada. Eso es para Rocío Guirao Díaz, para mí no. Traté de ir a todos esos lugares donde esta gente va, a ver si encajaba, porque la verdad es que toda esa gente ahí parece chocha y capaz que yo me estaba perdiendo de algo. Pero no pude, me pareció todo una figaceada de principio a fin.

También por tradición familiar, Sofía construye sistemáticamente relaciones atípicas: tiene pocas amigas mujeres y esas pocas son mayores que ella, se junta con rockeros de más de treinta, su manager-abogado le atiende el teléfono como si fuera un mayordomo y ella le pide plata como si fuera su papá (antes de la cena ella lo encaró: César, ¿me das doscientos?). Peña define: Sofía y Juampi tienen una de esas relaciones modernas que tienen ahora los chicos. Son amigas, amiguitos, novios, ardillitas histéricas. Las relaciones de los chicos son así ahora, muy sanas. Duermen juntos, salen juntos, comparten todo. El todo incluye situaciones de máxima confianza como que Sofía le depile con cera la espalda a Juampi. Su interacción tiene un encanto absolutamente teen. Peña tiene razón, son ardillitas. En esa dinámica tan de amiguitas de colegio, Tuñón parece un buda contemplativo (lo dijo Moria: es como un japonés). Uno puede suponer que a él también le resulta tierno y simpático verlos comportarse. Y mejor debe de sentarle formar parte de ese team inquieto.

¿Cómo se resuelven las asimetrías sexuales? Bah, tu álgido momento hormonal contra la madurez sexual de tu novio.

¿Sabés que ya no estoy en un momento tan álgido? De chica era muy calentona, me quería coger hasta las plantas, tocar todo lo que estuviera vivo, manotear todas las vergas posibles. Pero fue una etapa, ya no tengo la calentura de los chicos de 17. De ninguna manera. Hay gente a la que le dura menos el hormonazo.

¿Nunca estuviste con una chica?

¿Si besé a una chica? Sí. A una amiga mía. Nos besábamos a veces, porque todas tenemos una etapa medio lésbica en algún momento, pero a mí me habrá durado dos semanas. Era por curiosidad.

¿Se tocaban?

No, sólo nos besábamos.

¿Diego, tu novio, sabe?

No sé si le conté. Yo amo a los hombres. Amo a las tortas, pero no lo volvería a probar porque me di cuenta de que no me gusta, fue una etapa de curiosidad. Yo necesito una pija. Siempre. No podría vivir metiendo un dedo, necesito que me penetren, mi amor.

Es posible que Sofía sea la representante visible de una generación que se relaciona con la sexualidad de una manera más distendida y consciente: una generación postsida, que se anima al homo flirt (besos entre chicas/os) y que debutó mucho antes que sus padres y con un forro puesto. Tal vez por eso se tomó con sorna el escandalete mediático que se armó cuando se supo que mostraba las tetas en la temporada marplatense. “Tanto quilombo por un par de tetas”, dijo en la televisión. Durante la sesión de fotos, mucho antes del mentado asunto de las tetas, Sofía no dudó en tirarse leche encima ni en posar en topless, pero aclaró: “Que no se me vean del todo. Si no van a estar una semana entera hablando de mis tetas. De una teta te hacen un mundo.

Lo dicho. Después de tanta tontería, quisiera que esta vez le gusten las fotos a Moria.


1 comentario:

Anónimo dijo...

hola estas muy linda hermosa piernas tenes y tetas te chuparia toda marcelo_fabian64@hotmail.com agregaem.