–¿Por qué quedó internado?
–En principio por prevención, por lo que significó el accidente en el cuerpo de Fede. Le hicieron una tomografía y encontraron un coágulo cerebral que no era preocupante. Los médicos creían que se iba a disolver solo. Pero le empezó a doler mucho la cabeza y le hicieron otros estudios. Descubrieron que el coágulo se había agrandado demasiado. Y el neurocirujano decidió operarlo de urgencia.
–Un momento muy duro…
–Sí… Cuando Fede entró al quirófano me invadieron las imágenes del parto, de su nacimiento. Me di cuenta de que muchas veces me hago problemas por tantas pelotudeces, y que estaba viviendo algo groso. Me hizo pisar tierra de golpe. Ser madre de un adolescente no es nada fácil y hay que saber ponerle los límites a tiempo. Fue una hora y media de una angustia tremenda mientras duró la operación. Le raparon una parte de la cabeza y tiene 25 puntos.
–¿Qué pasó cuando terminó la operación?
–Lo llevaron a terapia intensiva, y así estuvo dos días. Después lo pasaron a sala común, y el viernes último le dieron el alta y lo traje a casa. No me separé ni un minuto de su lado.
–¿Ahora cómo está?
–Mucho mejor. El lunes vuelve al colegio y a sus actividades normales. Ya volvió a pelearme y hacerme la contra (sonríe). Por eso te digo que ya se siente muy bien. Ojo, por este año no puede volver a hacer deportes. Falta que cicatricen los puntos, y que dentro de la cabeza vuelva todo a la normalidad. Fue muy fuerte lo que le pasó.
–¿El accidente cambió tu relación con él?
–Fede es el típico chico inquieto, y esto le va a servir de lección. Siempre quiere ir y venir, salir de noche. Hay un montón de cosas que no le dejo hacer porque sé cómo es él. A veces es muy arriesgado sin medir las consecuencias. Lo primero que hice no fue retarlo, sino entender la situación. Y cuando volvimos a casa lo ayudé a reflexionar. Le dije que tiene que parar la pelota y bajar cinco cambios…
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