El día que salí de la casa pasé por un kiosco de revistas, vi que en Semanario estaba Pablo y ni lo dudé, dije: ´la quiero ya´. Leí que su ex opina que soy una histérica y que no le convengo... Eso no me gustó, cuando salga de la casa le voy a preguntar a Pablo quién es esa...” Sin dudas, desde que Silvina Scheffler abandonó la casa de Gran Hermano espera encontrarse con “su novio” Pablo Espósito para ver cómo continuará la historia de amor que comenzó frente a cámaras.
“Sé que cuando salga las chicas se le van a tirar encima y él lo va a disfrutar, pero yo voy a pelear por el amor de Pablo Yo soy celosa y él, mujeriego. Ya veremos cómo nos arreglamos” “La profe” no se resigna. La platea femenina apoya al muchacho de Vélez porque -además de ser ´el modelo´ de la casa- el modo en que defendió a Silvina frente a los ataques del resto del grupo lo posicionó como un caballero.
“No sé si estoy enamorada...” dice dubitativa Silvina. Sin embargo, sus ojos brillan y mientras dice: “A Pablo lo quiero mucho y tengo muchas ganas de verlo otra vez” , no puede mantener la mirada. Se la ve tan enganchada como temerosa de resultar herida, por eso cada vez que da un paso, retrocede dos.
Primero lanza: “Yo no soy muy amante del fútbol pero si Pablo me invita a la cancha, voy. Me imagino que podríamos hacer cosas lindas... En Semanario vi una foto de su hermana, estaría bueno conocerla.” Pero enseguida da marcha atrás: “Ojo, no digo conocer a su familia como relación de pareja sino como amigos. Es una persona con la que puede ser interesante compartir cosas...” Como si las contradicciones no fueran un mensaje en sí mismo, desliza muy racionalmente: “El seguramente va a seguir con su vida y me parece respetable”, pero luego agrega: “Me molestaría que esté con otra chica dentro de la casa...”. Fiel a las idas y vueltas que le valieron el calificativo de “histérica”, la chica de Colón va y viene aún cuando las cámaras no la persiguen. El motivo de semejante mareo se vislumbra mientras ella posa su cuerpo escultural frente a un espejo. Silvina es delicada, frágil y la coraza que la recubre se formó porque la vida la golpeó bastante. “Tener lo que tengo me costó mucho sacrificio y trabajo...”, dice en uno de los pocos momentos en los que deja aflorar a la verdadera “profe”. “Vengo de una familia humilde de campo, me crié en un hogar sin luz y sin televisión. De chica iba al colegio a caballo, tenía que andar cinco kilómetros hasta llegar a la escuela. Los días de lluvia no podía ir... Siempre cuidé mucho mis cosas. Un día en el colegio se me perdió un lápiz y me puse a llorar...” Lejos de la frivolidad de la gimnasia como medio para lograr un cuerpo perfecto y del llanto en el que irrumpió cuando le faltaban cremas hidratantes, la chica de Entre Ríos tiene un costado tan vulnerable como impenetrable. Su infancia y su entorno familiar son un gran signo de interrogación, al punto que su mente se pone en blanco cuando intenta recordar algo tan simple como un juguete. A duras penas logra evocar que de chica se subía a los árboles y que, como toda niña de campo, andaba con las rodillas raspadas. Los rumores de abuso no se pueden ni mencionar. Detrás de su muralla ataja: “A mis padres no los voy a nombrar, voy a hablar sólo de mí...”
En su adolescencia tuvo que trabajar de moza en un bar (“una experiencia horrible en la que duré dos semanas”), en una heladería y en un kiosco. Por eso ahora disfruta del momento que le toca vivir. “Siempre dije que mi sueño era hacer fotos y participar de desfiles pero nunca tuve la posibilidad económica ni los contactos para lograrlo y armar una carrera con eso... Ahora estoy haciendo tapas de revistas y sé que es una puerta que se me abre. Igual soy realista, tomo todo con pinzas porque esta repentina popularidad -que me sorprende porque ahora en la calle todos me conocen y saludan- no garantiza nada”.
Su popularidad es innegable. Cuando dejó “la casa que late” se encontró con que su casilla de correo electrónico estaba abarrotada de mensajes de fans expresándole cariño, su teléfono celular estaba tapado de saludos de “su gente” de Colón y cuando asoma a un boliche, todos quieren saludarla. “El otro día un chico se me acercó, me pidió un autógrafo y me dijo que le firme una dedicatoria con ´ocho más´... (frase que la inmortalizó en las clases de aeróbics que daba dentro de la casa) Lo que pasa con la gente es lindo”, dice “la profe”. Algunos le sugieren que haga un programa de gimnasia y observan que tiene futuro como modelo. Ella, risueña, se relaja un minuto y se permite hacer una broma: “Después del escándalo que armé para que Gran Hermano me dé cremas, podría hacer una publicidad de cremas, ¿no?”
“Sé que cuando salga las chicas se le van a tirar encima y él lo va a disfrutar, pero yo voy a pelear por el amor de Pablo Yo soy celosa y él, mujeriego. Ya veremos cómo nos arreglamos” “La profe” no se resigna. La platea femenina apoya al muchacho de Vélez porque -además de ser ´el modelo´ de la casa- el modo en que defendió a Silvina frente a los ataques del resto del grupo lo posicionó como un caballero.
“No sé si estoy enamorada...” dice dubitativa Silvina. Sin embargo, sus ojos brillan y mientras dice: “A Pablo lo quiero mucho y tengo muchas ganas de verlo otra vez” , no puede mantener la mirada. Se la ve tan enganchada como temerosa de resultar herida, por eso cada vez que da un paso, retrocede dos.
Primero lanza: “Yo no soy muy amante del fútbol pero si Pablo me invita a la cancha, voy. Me imagino que podríamos hacer cosas lindas... En Semanario vi una foto de su hermana, estaría bueno conocerla.” Pero enseguida da marcha atrás: “Ojo, no digo conocer a su familia como relación de pareja sino como amigos. Es una persona con la que puede ser interesante compartir cosas...” Como si las contradicciones no fueran un mensaje en sí mismo, desliza muy racionalmente: “El seguramente va a seguir con su vida y me parece respetable”, pero luego agrega: “Me molestaría que esté con otra chica dentro de la casa...”. Fiel a las idas y vueltas que le valieron el calificativo de “histérica”, la chica de Colón va y viene aún cuando las cámaras no la persiguen. El motivo de semejante mareo se vislumbra mientras ella posa su cuerpo escultural frente a un espejo. Silvina es delicada, frágil y la coraza que la recubre se formó porque la vida la golpeó bastante. “Tener lo que tengo me costó mucho sacrificio y trabajo...”, dice en uno de los pocos momentos en los que deja aflorar a la verdadera “profe”. “Vengo de una familia humilde de campo, me crié en un hogar sin luz y sin televisión. De chica iba al colegio a caballo, tenía que andar cinco kilómetros hasta llegar a la escuela. Los días de lluvia no podía ir... Siempre cuidé mucho mis cosas. Un día en el colegio se me perdió un lápiz y me puse a llorar...” Lejos de la frivolidad de la gimnasia como medio para lograr un cuerpo perfecto y del llanto en el que irrumpió cuando le faltaban cremas hidratantes, la chica de Entre Ríos tiene un costado tan vulnerable como impenetrable. Su infancia y su entorno familiar son un gran signo de interrogación, al punto que su mente se pone en blanco cuando intenta recordar algo tan simple como un juguete. A duras penas logra evocar que de chica se subía a los árboles y que, como toda niña de campo, andaba con las rodillas raspadas. Los rumores de abuso no se pueden ni mencionar. Detrás de su muralla ataja: “A mis padres no los voy a nombrar, voy a hablar sólo de mí...”
En su adolescencia tuvo que trabajar de moza en un bar (“una experiencia horrible en la que duré dos semanas”), en una heladería y en un kiosco. Por eso ahora disfruta del momento que le toca vivir. “Siempre dije que mi sueño era hacer fotos y participar de desfiles pero nunca tuve la posibilidad económica ni los contactos para lograrlo y armar una carrera con eso... Ahora estoy haciendo tapas de revistas y sé que es una puerta que se me abre. Igual soy realista, tomo todo con pinzas porque esta repentina popularidad -que me sorprende porque ahora en la calle todos me conocen y saludan- no garantiza nada”.
Su popularidad es innegable. Cuando dejó “la casa que late” se encontró con que su casilla de correo electrónico estaba abarrotada de mensajes de fans expresándole cariño, su teléfono celular estaba tapado de saludos de “su gente” de Colón y cuando asoma a un boliche, todos quieren saludarla. “El otro día un chico se me acercó, me pidió un autógrafo y me dijo que le firme una dedicatoria con ´ocho más´... (frase que la inmortalizó en las clases de aeróbics que daba dentro de la casa) Lo que pasa con la gente es lindo”, dice “la profe”. Algunos le sugieren que haga un programa de gimnasia y observan que tiene futuro como modelo. Ella, risueña, se relaja un minuto y se permite hacer una broma: “Después del escándalo que armé para que Gran Hermano me dé cremas, podría hacer una publicidad de cremas, ¿no?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario